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Ethea 03

David Flores
11/28/2018


Este inmenso valle está escondido, hundido entre las colinas blancuzcas medio manchadas por las ultimas tormentas. Al fondo cuento doce lagos separados, aislados entre sí. Cada uno con su penetrante y particular presencia y sus transparencias, que dejan adivinar cierto color.

Así comienza la siguiente nota del diario de viaje de mi amigo Krkyn. La más significativa para mí, personalmente, por eso quiero contarla.

Desde arriba algunos son como espejos y otros, como profundos agujeros negros que invitan a zambullirse en ellos, sin remilgos. Me llaman, me atraen. Son míos y yo soy de ellos. Mi corazón se bate dentro de mi pecho, enamorado de la posibilidad de bajar.

La tierra, frágil, se parte debajo de mis pies. Me doy cuenta de que subir luego será casi imposible. He bajado casi a rastras. Me duele el culo, creo que me raspado la piel y tengo astillas de piedra blanca incrustadas en ambas manos y en el codo derecho. Mi mano derecha me duele más.

De la caída no dice nada más, pero lo que sigue me dolió mucho:

Me siento de medio lado frente a uno de los lagos; casi entro de cabeza al resbalar hace un momento.

He comenzado a salivar, inexplicablemente. De pronto un fuerte y armónico aroma cítrico, ligeramente picante deja una sensación amarga primero y dulce al final, en mi paladar.

Cierro los ojos y me dejo llevar. Mi corazón se acelera aún más después de la caída. Tras un leve sobresalto me recompongo y me obligo a seguir, pase lo que pase y las primeras sensaciones han dado paso a refrescantes y efervescentes olas de una fragancia que continúan haciendo cosquillas en la parte alta de mi nariz y estimulan aún más mi saliva.

Mi mente se despeja y al dolor en mi cuerpo le sigue el deseo de sumergirme en el lago. Dentro, mi corazón se calma. Recuerdos de Lyn regresan a mí; son dulces y maravillosos momentos juntos. La soledad enquistada se resquebraja dentro de mi piel, dando paso primero a una sensación templada que diluye mi resentimiento con la vida por habérsela llevado y luego, una inyección de acidez, suave y pomposa, termina de despejar mi mente y conectar con mis recuerdos más contentos y optimistas. Puedo verla de nuevo, por fin.

Ahora su fina delgadez, sus rizos amarillos y su confianza en la vida han vuelto a mi para quedarse, lo sé, gracias a la oleosa liquidez de este lago que me sostiene.

¡Maldito engreído! Yo me creía su mejor amigo. Al final ha resultado que Lyn Lemwn vivió en un sistema lejano y murió joven, según el registro de la comandante Ukiuk.

Siempre pensamos que este hombre era un solitario, árido y reseco, pero sabía amar. Cómo nos engañó.

- Lyn Lemwn

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